Este 19 de julio de 2023 se cumplen 16 años del fallecimiento de Roberto Fontanarrosa o, como dirían en un acto escolar: “de su paso a la inmortalidad”. Historietista sin igual, sus personajes más célebres son el asesino a sueldo Boogie, el aceitoso y el inefable gaucho Inodoro Pereyra. Sin embargo, Fontanarrosa prefería definirse como escritor, antes que como dibujante, y nos dejó tres novelas y más de una docena de colecciones de cuentos, con el humor característico que imprimió en toda su obra. Futbolero empedernido y rosarino hasta la médula, durante toda su vida mantuvo un estilo de vida sencillo y humilde, con una modestia que trasladó a su obra. En una de sus citas más célebres, afirmó: “No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Me cagué de risa con tu libro’”.
En forma de sencillo homenaje, compartimos este breve texto de Roberto Fontanarrosa, con ese fino humor tan suyo, en donde retrata esa etapa de la vida en que las cosas empiezan a costarnos, “la edad del nunca me había pasado”, como dice en este pequeño relato. El texto se intitula “Estamos distraídos”, y aprovechamos el título para aconsejarte que no te distraigas pensando que todo es lejano y distante. Contratá ahora tu seguro de sepelio y quitate un peso de encima. Y así podés dedicar tu valioso tiempo a ocuparte, como dice Fontanarrosa en este texto, “de las cosas que tenemos para hacer”.
Estamos distraídos
Por Roberto Fontanarrosa
Mi amiga Colette solía decir, y hace ya mucho tiempo, “Estamos entrando en la edad del nunca me había pasado”… Y es así.
Decimos: “Es curioso. Nunca me había pasado, me agaché a recoger un tenedor y se me trabaron cuatro vértebras de la columna”.
Escuchamos: “Es notable. Nunca me había pasado. Mordí un caramelo de limón y un premolar se me partió en ocho pedazos”.
Es que, así como se habla de un Primer Mundo y de un Tercero sin que nadie conozca a ciencia cierta cuál es el Segundo, nosotros hemos pasado de la Primera Edad a la Tercera sin recalar por la Segunda y el cuerpo acusa recibo de tal apresuramiento. El tiempo mismo, incluso, ha tomado una consistencia gelatinosa, plástica, mutante.
Calculamos: –“¿Cuánto hace que se mudó Ricardo a su nueva casa?”.
Y arriesgamos: –“Tres, cuatro años”.
Hasta que alguien, conocedor, nos saca de la duda: “Catorce”.
Suponemos ante el amigo encontrado ocasionalmente en la calle:
–“Tu pibe debe andar por los seis, siete años”.
–“Tiene diecinueve” –nos contesta el amigo.
–“¡Vení, Tacho!”. Y nos presenta a una bestia de un metro ochenta, pelo verde, un clavo miguelito clavado en la ceja y un cardumen de granos sulfurosos en la mejilla.
Se corrobora entonces aquello que, dicen, decía John Lennon: “El tiempo es algo que pasa mientras nosotros estamos distraídos haciendo otra cosa”.
Y suerte que estamos distraídos haciendo otra cosa. Mucho peor es aburrirse. Es dulce rememorar ciertos momentos, pero más me entusiasma pensar en las cosas que tengo para hacer. Es que muchos de esos ciertos momentos son muy viejos. Y por lo tanto vale recordar el consejo dado por Javier Villafañe cuando alguien le preguntó cómo hacía para conservarse tan joven pasados los ochenta años.
–“No me junto con viejos”, respondió el maestro.
Yo quiero agregar lo que un día dijo Jean Louis Barrault, famoso mimo francés: “La edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo”.