Es la eterna búsqueda de la vida eterna. Desde la noche de los tiempos la humanidad se la ha pasado buscando encontrar el elixir de la inmortalidad o, por lo menos, todo aquello que nos permita alargar la vida. Hasta ahora no nos ha ido del todo mal: en la Edad de Hierro, que terminó apenas hace un poco más de 2.500 años, la expectativa de vida era de 26 años. Hoy, el promedio global es de 67 años, con Japón a la cabeza, con 83 años. La persona con mayor edad de que se tiene registro es la francesa Jeanne Calment, quien vivió hasta los 122 años y murió en 1997.
La pregunta es: ¿podremos seguir alargando la esperanza de vida indefinidamente, hasta los 150, 200 o incluso 1.000 años? La ciencia está dividida en esta cuestión. Mientras que algunos creen que nuestra configuración genética nos impone un límite infranqueable, otros consideran que no está lejano el día en que podamos evitar el envejecimiento celular (senescencia es el término técnico), permitiendo perpetuar la vida de manera ilimitada.
En mayo de 2021, un equipo interdisciplinario de científicos de Singapur, Nueva York y Moscú analizó la sangre de más de 500.000 voluntarios. La conclusión fue que existe un límite físico para la vida humana de entre los 120 y los 150 años. Luego de esa edad, el cuerpo pierde toda capacidad de resiliencia, es decir, la habilidad de volver al estado de equilibrio luego de una enfermedad o perturbación del organismo.
En busca de la inmortalidad
Otros científicos, sin negar la validez de estudios como el que acabamos de mencionar, plantean la posibilidad de realizar alteraciones en la configuración genética del ser humano para extender la vida indefinidamente.
La palabra clave aquí es telómero. Vamos a ubicar la escena: las células tienen un núcleo; allí se encuentran los cromosomas, esos bastoncitos en forma de X que contienen los genes y que determinan todas las características hereditarias, desde el color de pelo hasta la propensión a contraer ciertas enfermedades.
Bueno, los telómeros se encuentran en la punta de los cromosomas (al final de cada “palito” de la X), a los que protegen. Pero cuando la célula se divide, los telómeros se hacen cada vez más cortos, hasta que se acortan tanto que la célula no puede seguir dividiéndose. Entonces, la célula entra en la fase de senescencia y, en última instancia, muere.
Por lo tanto, la fuente de la juventud que hoy busca la ciencia es algo que evite que los telómeros se acorten. Se sabe que una dieta sana, ejercicio y un sueño reparador son capaces de mantener el largo de los telómeros y, por lo tanto, retrasar el envejecimiento.
Sin embargo, por más que se alargue mucho la vida, la mayoría de los científicos consideran que hay un límite genético que no se puede traspasar. Las células tienen “fecha de vencimiento”. La esperanza es que con algunos retoques de ingeniería genética se puedan tunear las células y borrar ese vencimiento.
Otra pregunta sería si queremos vivir indefinidamente. Tal vez haya que considerar que la vejez no es una enfermedad de la que hay que curarse, sino una etapa de la vida. Quizás convendría más, como suele decirse, poner vida a los años más que años a la vida.
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¿Podremos vivir hasta los 120 años, hasta los 150, o indefinidamente? Cuenten ustedes qué piensan y si les gustaría disponer de tiempo ilimitado. Los leemos.